Dirigida por Alejandro González Iñárritu, con Emilio Echevarría, Gael García Bernal, Goya Toledo, Alvaro Guerrero, Vanessa Bauche.
No estamos ante un documental sobre urbanismo o historia, ni frente a un canto pesimista o posmoderno a la vida en el umbral de un nuevo siglo, sino ante una de las pocas ficciones prometedoras del cine latinoamericano reciente. En ella se cruzan tres historias. Una es la de Octavio (Gael García Bernal), un joven adolescente que se enamora de la esposa de su hermano, apenas más crecidita que él. Los tres, más la madre de los hermanos y un bebé, conviven bajo el mismo techo. Afuera, hostil y frenética se extiende la ciudad. Ellos la perciben como una selva, y todo vale para sacar dinero de allí: robar bancos y farmacias, apostar en las riñas de perros.
Otra historia es la de Daniel (Alvaro Guerrero) y Valeria (Goya Toledo): él es un empresario televisivo que decidió abandonar a su familia para vivir junto a ella, una top model española. Valeria es todo lo que un hombre puede soñar, y de verdad lo ama. Pero su vida de pareja se dividirá inexorablemente en el antes y el después de un accidente automovilístico.
La última historia (aunque todas conviven a lo largo del film) es la del Chivo (Emilio Echevarría), un ex guerrillero que se gana la vida juntando basura de la calle... y como asesino a sueldo. Vive rodeado de perros. Cuando llegue el fatal accidente, el Chivo no rescatará a los conductores sino a su acompañante: un can herido de bala. Y lo cuidará hasta que sane. Ese animal y un hecho truculento harán que el Chivo recupere su humanidad.
El film de González Iñárritu recuerda a esas películas del hongkonés Wong Kar Wai que hace unos años pudieron verse en Argentina en cine, en video y en cable: Chungking Express, La caída de los ángeles, Felices juntos... pero pasadas por el filtro de lo latino. En el lunfardo que conjugan los adolescentes marginales, en las palabras en inglés que todo el tiempo utilizan el empresario y la modelo y en el mutismo entre sabio y demente del Chivo se dibujan los compartimentos estancos en los que quedaron fosilizadas las clases sociales del mundo globalizado. Combinando escenas que parecen inspiradas en algunas de las Quentin Tarantino con otras que parecen rescatadas de los cuentos de Raymond Carver, el director se las ingenió para penetrar ese mundo. Para meterse en personajes que, sumados, expresan la demoledora sordidez de una megaurbe actual, pero que cuando el día concluye, en la intimidad de los hogares, dejan caer sus máscaras para revelar toda la ternura y el temor que palpitan en los hombres.
Potente, inteligente, ágil, Amores perros demuestra que todavía es posible abordar todas esas historias y situaciones drámáticas, tan "peligrosas" para directores egocéntricos y públicos descreídos, sin morir en el intento. Es una sorpresa edificante.
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1 comentarios:
Hey me debes !