En la primera escena de Los infiltrados (The Departed, 2006) vemos la figura entre sombras, espectral, de Frank Costello (Jack Nicholson) afirmando que él no quiere ser un producto de su “medio ambiente”, sino que su “medio ambiente” sea un producto de él. Esta es la filosofía, la presentación del capo mafia irlandés que va a seleccionar a un joven de los suburbios de Boston, Colin Sullivan (Matt Damon), para criarlo a su gusto, introducirlo en el Departamento de Policía y garantizar su ascenso a la Unidad de Investigaciones Especiales, a cargo de Ellerby (Alec Baldwin). Pero los jefes de otra unidad interna, Oliver Queenan (Martin Sheen) y Dignam (Mark Wahlberg) también hacen lo propio y eligen a un aspirante con antecedentes familiares que lo vinculan con la mafia local. Billy Costigan (Leonardo DiCaprio) será el policía infiltrado en la organización criminal de Costello. Cuando ambos bandos descubran que hay un espía, la presión sobre los infiltrados para que identifiquen a la rata irá en aumento.
El nuevo y magistral film de Martin Scorsese es una remake de Infernal Affairs (Mou gaan dou, 2002), una exitosa película de Hong Kong. Pero más allá de la idea base de los topos cruzados no hay en Los infiltrados mucho en común con la original, centrada ésta principalmente en la ambigüedad moral que implica la doble vida que deben llevar los protagonistas. Si bien Los infiltrados también recorre en alguna medida ese camino, la concepción general afortunadamente pasa por otro lado. Aquí la historia se centra más en el desarrollo psicológico de los personajes analizando los puntos de vista particulares de cada uno de ellos, dejando de lado los autocuestionamientos existenciales y abrazando un curso de acción ya decidido de antemano. Este es un film de Scorsese, aquí ningún personaje piensa por qué hace lo que hace… simplemente los hechos se van sucediendo porque el “medio ambiente” los reclama. Si hay que romperle un vaso en la cara a alguien, destrozar la cabeza de un tipo con la punta de un perchero, o torturar a otro golpeando su mano fracturada con un zapato, simplemente se hace y no se desvaría alrededor de las causas que motivan todo (las cuales surgen no por boca de los protagonistas, sino a partir del relato en su conjunto).
Los protagonistas desean escalar lo más alto posible dentro de la estructura policial o delictiva en la que están inmersos, desean acumular el mayor poder dentro del “medio ambiente” que les ha tocado (o que han elegido a los apurones). Reflexionando poco y haciendo mucho, siempre terminan pagando los costos de una ambición desmedida y una efervescencia vital continua. Eventualmente todos se convierten en “difuntos” (los “departed” del titulo original). Si esta lujuria por la vida los termina condenando, Scorsese nos dice que no es solo por su necedad y estupidez sino también por ese medio ambiente que todo el país reproduce alegremente, esa suerte de carrera de obstáculos tras una posición estratégica que garantice el control sobre los demás. Esta mentalidad del “mirá como te cago yo primero” es el ABC del sueño americano, es el punto álgido sobre el que el cineasta ítaloamericano de 64 años ha estado golpeando durante toda su carrera, férreo critico que sabe dar forma popular a su discurso para llegar a las masas y a la vez conservar su independencia creativa.
Los infiltrados es un policial duro que parece haber sido concebido y filmado durante los años ’70. La reconstrucción realista y desvergonzada del underground criminal de Boston tiene su contrapeso en el único personaje femenino del film, Madolyn (Vera Farmiga), una psiquiatra que aporta el costado romántico y conforma, junto a Damon y DiCaprio, un complicado triangulo amoroso. Nuevamente Scorsese incluye a una mujer como un elemento determinante en la vida de los hombres protagonistas, pero otra vez relativiza su importancia a la hora de las decisiones finales que adoptan los personajes centrales. Como bien queda explicito en la toma final, estos seres se movilizan en función y por el poder, en su doble papel de vehículos del capo mafia de turno (o del jefe policial a cargo) y de conductores de sus propios destinos. Todos buscan escalar, por lo que es irrelevante la posición que ocupen o desde que bando lo hagan (como dice el propio Nicholson, “cuando estaba creciendo, ellos decían que uno se convierte en policía o en criminal. Pero cuando tenés enfrente un arma cargada, ¿cuál es la diferencia?”).
Como en ¿Quien golpea a mi puerta? (Who's That Knocking at My Door?, 1967), Calles salvajes (Mean Streets, 1973), Buenos muchachos (Goodfellas, 1990) y Casino (1995), Scorsese construye un retrato del bajo mundo sobrecargado con una genial y pomposa verborragia. Los infiltrados es tan violenta, sexista, homofóbica y mal hablada como aquellos films. Nuevamente estamos ante una obra redonda y espectacular que reafirma el talento del director para la construcción de atmósferas sórdidas que mantienen los nervios electrizados de principio a fin. A la maestría narrativa se suman la estilización visual, una excelente elección musical, una utilización admirable del montaje y un muy buen trabajo de todo el elenco. ¿Qué se puede decir de ese monstruo sagrado que es Jack Nicholson? El tipo es indudablemente el mejor actor vivo, y uno de los mejores de la historia del cine (solo comparable con Marlon Brando). No hay con que darle, Jack se roba cada escena en la que aparece y deja muy por detrás al resto de sus colegas. Aun así, todos cumplen aportando composiciones certeras en función de las necesidades dramáticas de sus respectivos personajes.
Con sorprendentes giros en la historia, vertiginosa exuberancia visual y un reparto de lujo, este film del maestro de maestros Scorsese está destinado a convertirse en un neo clásico del siglo XXI.
El Ansiado Oscar
Consejo: antes de leer esta nota, se recomienda al distinguido lector tomar contacto con la fuente hongkonesa de donde emana este río turbio de dudosa profundidad; o entréguese sin cuestionar a esta farsa operística donde Martin Scorsese paga muy caro el precio de su fama por un capricho a esta altura ridículo.
No se puede quedar bien con Dios y con el Diablo al mismo tiempo. Hay que elegir. Para ser claro: no se puede ser independiente y mainstream a la vez sin pagar un precio alto. Esa es la primera lección que Martin Scorsese a esta altura de su carrera debería haber aprendido, aunque muchos sostengan que Los infiltrados, su retorno al mundo gangsteril y a sus viejos tópicos (religión, culpa, redención), sea un film de una enorme ironía como respuesta al Hollywood que le niega injustamente el preciado Oscar en su carácter de director.
Más allá de esta realidad, lo cierto es que desde Casino (1995) hasta este remake del original Infernal Affaire (2002) -primera entrega de una trilogía policial hongkonesa del director Andrew Lau- es notorio el viraje concesivo y el coqueteo con los cánones Hollywoodenses del que basta como botón de muestra su anterior obra El Aviador(2004).
Para avivar el fuego de la discordia se puede decir que al tratarse de una remake, -como ya lo hiciese con Cabo de miedo-, el mayor defecto de Los infiltrados obedece por un lado a intentar complejizar una premisa concreta con un entramado artificioso, torpe desde lo narrativo, recargado de subtramas y falso suspenso que luego de una primera mitad muy prometedora recae en un forzado juego de simetrías, subrayados inútiles, que se van acentuando hacia el desenlace absurdo y políticamente correcto que llama a la risa más que a la reflexión.
Si Scorsese optó por la ironía y agregó un estéril triángulo amoroso para dejar bien clara su misoginia; dejó que Jack Nicholson desempolvara su performance de aquel “Guasón” de Tim Burton edulcorado con el diablito de Eastwick desdibujando un personaje que resulta clave en la trama, la única alternativa que lo puede salvar de tal desacierto es que el público no haya visto la versión original. Y eso no se le puede perdonar al director de Buenos muchachos como tampoco sus falsas provocaciones donde nuevamente Jack da la nota al exhibir un consolador de goma en una de las escenas más penosas de la filmografía de Martin Scorsese.
Es un interrogante difícil de desentrañar por qué el responsable de Taxi driver se sumó a este proyecto que cuenta con un reparto de lujo, tanto en los secundarios donde Ray Winstone y Mark Whalberg marcan la diferencia como en los protagónicos con sobrias actuaciones de Leonardo Di Caprio y Matt Damon, respectivas ratas infiltradas por la policía y la mafia irlandesa.
En el cruce de los dos microcosmos, el frío y ascético policial y el violento y cambiante del sur bostoniano en el que el soberano Nicholson reina, un guión fallido desaprovecha la ambigüedad y el timing crispado necesario para generar tensión. Cuando el fuerte de la historia radica en averiguar quién es el traidor desde ambos bandos (dato que se conoce desde el primer tercio) el nuevo opus de Scorsese se enreda en su propia madeja de incongruencias y dudas.
Pese a la excelente banda sonora de Howard Shore, opacada con los cortes abruptos del montaje, Los infiltrados no aporta nada distinto al transitado juego del gato y el ratón, pero tratándose de Scorsese el balance final decepciona.
Ojalá que al realizador de Calles salvajes le entreguen la estatuilla para no lamentar otro despropósito como esta farsa.
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1 comentarios:
Definitivamente tengo que actualizarme... jeje