En ocasiones resulta indispensable poner en perspectiva el estado de cosas dentro de un género agotado como el terror para poder apreciar de un filme como El juego del miedo III. La realidad indica que, excepto en un par de casos muy específicos, las scary movies realizadas en los últimos tiempos están todas cortadas por la misma tijera (o si lo prefieren, por el mismo cuchillo tinto en celuloide). Destino final 3, Terror en la niebla, Noche diabólica, La profecía, Latidos o La premonición son sólo algunos de los títulos que pasaron en este 2006 por los cines sin pena ni gloria. Del abundante material con que nos están bombardeando ininterrumpidamente las distribuidoras –por si alguien no se ha dado cuenta, el género volvió a ponerse de moda con una llamativa virulencia- sólo los esfuerzos de Neil Marshall (que sorprendió con la espeluznante El descenso), Eli Roth (responsable de la visceral Hostel) y el francés Alexandre Aja (de quien se conociera tardíamente su shoqueante ópera prima Alta tensión y la más reciente Despertar del diablo), ya dentro de la vertiente más extrema del horror, merecen el respeto de los fans. Por supuesto que en esa lista no puede faltar El juego del miedo II que se estrenó con gran éxito de público en enero pasado. El joven director Darren Lynn Bousman (de apenas 27 años de edad) vuelve a colocarse tras las cámaras con su estilo visual clipero y su impecable timing para construir desde la edición un crescendo dramático de alto impacto.
La saga del psicótico Jigsaw (a quien el actor Tobin Bell le presta sus inquietantes facciones para crear un personaje que está, creo yo, a la altura de villanos tan despreciables como Freddy Krueger, Jason Voorhees o el mismísimo Hannibal Lecter) conjuga el ingenio estimulante en el planteo argumental con un demoledor sentido de lo abyecto en sus repulsivas imágenes de tortura. A diferencia del típico cliché, lo interesante de Jigsaw es que no mata personalmente aunque sí se lo puede acusar de ser el autor intelectual de todas las bajezas que soportan los personajes.
En la tercera parte, nuevamente escrita y producida por el australiano Leigh Whannell (quien, recordemos, era el protagonista junto con Cary Elwes de la Saw original), John Cramer (el nombre real de Jigsaw) se encuentra cada vez más cerca de la muerte por causa de la enfermedad terminal que va minando su organismo desde que fue introducido el personaje hace tres años. Auxiliado por la desquiciada Amanda (Shawnee Smith, a siglos de su rol de adolescente en La mancha voraz), que fue una de sus víctimas pero no sólo vivió para contarlo sino que también decidió convertirlo en una suerte de gurú personal, Cramer ha secuestrado a dos nuevos candidatos que deberán sortear sus nauseabundas pruebas para salir bien librados de una experiencia límite. Uno es Jeff (Angus Macfadyen), que deberá confrontar al principal testigo de la muerte de su pequeño hijo, al juez que dictaminó una pena demasiado blanda para el conductor que lo atropelló y, finalmente, a su asesino. Jigsaw le da la chance de perdonarlos o condenarlos como si fuera Dios. Y en cuanto al otro rehén, la Dra. especializada en oncología Lynn Denlon (Bahar Soomekh, una actriz de origen iraní cuya presencia no pasó inadvertida en Vidas cruzadas y Misión: Imposible III), su misión es mantener con vida al agonizante Cramer el tiempo suficiente para que se resuelva la historia de Jeff. Como motivación para no perder a su paciente a la Dra. le han colocado un mecanismo en el cuello que de detenerse el corazón del sádico le dispararía unas balas del tamaño de un puño infantil. Como en las entregas anteriores hay suficientes vueltas de tuerca para que el interés no decaiga nunca. Podrán objetarse la verosimilitud de algunas de ellas pero no su elaboración ni lo trabajado que está el guión. La trilogía de El juego del miedo, tal como lo hiciera Scream en los noventa, no ahorra creatividad ni inteligencia para ponerse a la vanguardia de un género por demás conformista y chato. No serán obras maestras del séptimo arte pero me parece justo reconocerle sus cualidades.
Desde ya que El juego del miedo III es un plato fuerte, muy fuerte, sólo apto para los más entusiastas defensores del gore o masocas recalcitrantes. Sus escenas explícitas se vivencian de una manera casi física. El dolor ajeno se transmite hasta la platea y, por dar un ejemplo, la secuencia de la operación de cerebro deja a aquella famosa de Hannibal como lo que realmente es: un detalle de humor negro. La confirmación de que el año próximo volveremos a contar con una nueva secuela, lógico porque el final abierto así lo sugiere, es una buena noticia siempre y cuando los productores no agoten a la gallina de los huevos de oro. Sería la primera vez que se estrenen cuatro películas de una misma franquicia en otros tantos años consecutivos. Y seguramente no será la última. Derechito para el libro Guinness de los récords...
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