(Children of men - Inglat / 2006 – 108 min)
Dirección: Alfonso Cuarón
Intérpretes: Clive Owen, Julianne Moore, Michael Caine, Chiwetel Ejiofor, Charlie Hunnam
El cine se fue nutriendo desde la magistral Metrópolis de Fritz Lang pasando por Blade Runner, Brazil y una larga lista que se enrola en el género de la ciencia ficción más pura, esa que intencionalmente se aparta de los element elementos fantásticos para adentrarse en un futuro nefasto apenas distinto del presente.
Hablar de terrorismo, limpieza étnica, poder centralizado y totalitario, lucha de clases o exclusión social en un contexto cada vez más cerca de aquella Babel de los relatos bíblicos, quizás medio siglo atrás fuera una loca especulación pero tras dos guerras mundiales ya no. Por ello, el escenario donde transcurre Niños del hombre, nuevo acierto con mayúsculas del mexicano Alfonso Cuarón, resulta tan reconocible como eficaz para cumplir una doble función: la representativa propiamente dicha y la simbólica o connotativa. No hace falta hilar fino para asemejar a este hipotético teatro de operaciones post 11S con la realidad de cualquier gran ciudad, dominada por la incertidumbre de cualquier ataque terrorista, con ciudadanos anestesiados de información parcial, indiferentes ante una interminable fila de marginales. Las calles de Jerusalem, de México o de Buenos Aires -aunque cambie la geografía- se reflejan en esta Londres del año 2027.
Desde los primeros minutos y sin perder de vista la inescindible cadena que conecta nuestro presente con el representado desde la pantalla, el film logra un registro híbrido entre la imagen desbocada, desprolija y realista del documental (o mejor dicho del docu-drama) y un refinado esteticismo en una puesta en escena que no deja detalle librado al azar. Sin embargo, más allá de unos nimios desajustes o irresoluciones narrativas, Cuarón no se olvida jamás que por delante tiene una premisa sólida que internará al relato en un camino surcado de peripecias, marchas y contramarchas cuyo núcleo gira alrededor del protagonista.
Así como en Sentencia previa Spielberg no dispersaba la mirada de Tom Cruise en detrimento de acciones o subtramas estériles y tampoco renunciaba a plasmar su propio discurso o búsqueda personal, el realizador mexicano resuelve con gran solvencia la conflictiva relación de película de Estudio, con gran presupuesto detrás, y sello personal.
Ya había impregnado de saludable oscuridad y segundas lecturas al ingenuo Harry Potter en la mejor entrega de la saga (El prisionero de Azkaban) y dotado de cierta frescura y extravagancia al clásico de Dickens Grandes esperanzas. Por lo tanto, no era muy descabellado pensar que el director de La Princesita tomara esta novela, de la escritora P. D. James (de fuertes convicciones religiosas y pensamiento conservador), y la hiciera suya al punto de utilizar sólo la anécdota argumental para revestirla de una atmósfera agobiante, que ronda el cruce de dos ideas que pueden denominarse civilización y barbarie y, todavía más lejos cabría concluir de dos modelos como el cine industrial o blockbuster y un cine de autor.
Este es un film sumamente problemático de encasillar y bastante accesible para reducirlo a una mera fábula con fuertes reminiscencias católicas (la obvia alusión a la virgen María encarnada en la protagonista afroamericana, por ejemplo). Efectivamente, esos indicios se pueden observar pero sin omitir el sutil nivel de ironía trabajado desde el guión que tuerce el rumbo y encamina la acción en otro ámbito. Y ese ámbito no es otro que la supervivencia de una utopía en un tiempo donde reina la distopía (es decir, su antítesis).
Envuelto en esa lucha, el cínico y otrora idealista Theo Faron (gran actuación de Clive Owen) es secuestrado por una organización revolucionaria liderada por Julian (Juliane Moore) para encargarle una misión suicida: entregar sana y salva a una joven negra embarazada, de cuya descendencia depende el futuro de la humanidad. No se trata de cualquier mujer, sino de la única capaz de dar a luz porque hace 20 años que la infertilidad azota al planeta y el hombre más joven del mundo acaba de ser asesinado en Buenos Aires.
Si bien la historia remite a tantas donde el centro de atención es la lucha entre el poder totalitario y un grupo rebelde, en un marco completamente anárquico, Cuarón demuestra enorme cintura para sortear los convencionalismos más gruesos y astucia para ocultar aquellos que son inevitables en un relato de estas dimensiones. Incorpora elementos y personajes a la trama que enriquecen en vez de dilatar el ritmo con un asombroso manejo de la puesta en escena y el arriesgado uso del plano secuencia sin perder de vista el subjetivismo de Theo.
Niños del hombre no es otro producto de ciencia ficción con buenos efectos visuales ni una pretensiosa parábola bíblica, sino una obra honesta, con buenas dosis de lirismo, oscuridad y trepidante acción, que como plus entrega la ductilidad de Michael Caine en uno de sus papeles secundarios más brillantes.
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