Elizabeth: The Golden Age

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No es fundamental dominar la historia europea para intuir que los eventos descritos en Elizabeth: La edad de oro han sufrido un sinnúmero de tergiversaciones por parte de los autores William Nicholson y Michael Hirst. Si la idea era humanizar la figura de la reina Elizabeth I (1533-1603) mostrándola enamoradiza, malhumorada, ciclotímica, envidiosa, celosa y arrogante -además de majestuosa, intocable y compleja-, hubiese sido preferible un acercamiento más minimalista al personaje. La realidad indica que la tensión entre el relato intimista, el fresco de época donde se aglomeran las más variadas intrigas políticas y las secuencias bélicas del último acto confunde sobremanera porque no termina siendo ni una cosa ni la otra. Con semejante rejunte de elementos una Julie Taymor (Titus, Across the Universe) podría hacerse un festín por la vía del delirio surrealista. Al director paquistaní Shekhar Kapur, en cambio, parece que nadie le advirtió sobre las contraindicaciones de tomarse un material tan inconsistente con excesiva solemnidad. Por ende la suma de las partes no logra conformar un todo uniforme y la película debe ser contemplada como el capricho de un nene de primaria que, cansado de escribir la misma cantinela laudatoria sobre los próceres que forjaron el destino de la patria, comienza a mezclar ficción y realidad de acuerdo a su antojo. Elizabeth I ya no es tal sino una cruza impresentable entre Juana de Arco, el caricaturesco villano de Billy Zane en Titanic y la joven monarca que ascendiera al poder con sólo veinticinco años –situación reflejada en el filme de 1998 que convirtió a Cate Blanchett en una actriz de renombre-, fotografiada como si se tratara de una deidad bajada a la tierra.

Intentar resumir todo lo que acontece en las menos de dos horas de duración de Elizabeth: La edad de oro es una tarea ciclópea más adecuada para un historiador que para un humilde crítico de cine. La película arranca en 1585 con el Rey Felipe II (un patético Jordi Mollá) juramentándose destruir a la hereje Reina de Inglaterra en favor de la ambiciosa conspiradora María Estuardo (la reaparecida Samantha Morton) con la excusa de una guerra santa (Elizabeth I pretendía imponer la causa protestante en un país originalmente católico). Enterada del complot organizado por los españoles con la colaboración de fuerzas desestabilizadoras locales –cuyo fin último era su asesinato para propiciar el advenimiento a la corona de la escocesa Estuardo-, Elizabeth I y su fiel ladero Sir Francis Walsingham (Geoffrey Rush) neutralizan los ataques y contraatacan mandando ejecutar a María Estuardo. Abiertamente declarada la guerra con España, Elizabeth I debe resistir con todas sus fuerzas a la famosa Armada Invencible, punta de lanza de una invasión tan deseada como finalmente trunca. Paralelamente a todos estos sucesos se da cuenta del enamoramiento de la Reina Virgen por la atlética figura del pirata aventurero Sir Walter Raleigh (un Clive Owen tan simpático como carente de credibilidad). Este pícaro oportunista procura y logra congraciarse con la monarca para que le financien una expedición a la nueva América, donde promete crear una colonia inglesa en su honor. Además de Elizabeth I, al pintón filibustero le echa el ojo –y luego todo lo demás, por supuesto- la bella Bess (Abbie Cornish, suerte de hermana mayor de Scarlett Johansson), dama de compañía siempre solícita que para horror de su Majestad comienza a intimar con su amado. La venganza será terrible, pero la única sangre que llegará al río Támesis es la de los españoles. Elizabeth I puede sufrir de despecho y sin embargo su magnífica magnanimidad le impide desatar las furias del infierno sobre la pareja traidora. Lo cual nos impulsa en dirección a esa imagen sacra del epílogo que Kapur, torpemente, enfatiza circundando al personaje con una cámara flotante que la idolatra, la admira, la ama incondicionalmente. Más que una persona parece una estampita de la Virgen María. Francamente espantoso.

Sin el coraje para transgredir un tema interesante con imaginación, Elizabeth: La edad de oro es el equivalente sajón a una novela argenta de las tres de la tarde pero con menor profundidad psicológica que el mejor trabajo de Abel Santa Cruz. Ah, sí... el vestuario ganó un Oscar.

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